Es de agradecer encontrar un teatro abierto en pleno mes de agosto y con programación doble una de las cuales agota las entradas cada día. El teatro Gaudí nos hace este regalo cuando ya ha terminado el Festival Grec y han finalizado la mayoría de las programaciones.
L’últim ball es una obra sorprendente por la originalidad del montaje que logra mantener el interés del público sobre un tema conocido pero todavía no superado en muchos entornos. El patriarcado y el machismo, la homofobia y la transfobia se manifiestan con toda su crudeza en un escenario decadente, entre bailes, vestidos y lentejuelas, música de boleros, tangos y valses. El trasfondo es el momento de las olimpiadas, el crecimiento del movimiento LGTBI, el derribo de una antigua sala de baile, la nostalgia y los recuerdos que ponen sobre la mesa las dudas, los rencores, la cobardía y la aceptación eterna de lo inaceptable. No es un tema nuevo.
En los últimos años se ha puesto de manifiesto el patrón de las relaciones dominantes y la sumisión culpabilizada del dominado. Conocemos el tema pero la forma de presentarlo, los movimientos escénicos, los cambios de vestuario formando parte del guion ha sido un recurso muy bien utilizado y efectista.
Bajo la dirección de Txell Roda y Fàbregas el texto de Gal Soler circula suavemente a través de los diálogos entre Montse Miralles y el propio autor del texto, Gal Soler. Los diálogos y la expresión corporal explican paulatinamente un pasado que se va haciendo presente, historias no explicadas, secretos no confesados. Ellos dos demuestran en el escenario su larga trayectoria profesional, su experiencia y la facilidad con la que conectan uno y otra creando una gran complicidad. Junto a estas dos bestias del teatro, Daniel Cuello-Esparrell es la nota joven, es el personaje que hace que el pasado se infiltre en el presente y modifique el curso de la historia.