Un Chéjov clásico pero actual

L’oncle Vània

L’oncle Vània
13/12/2021

Cuando leí esta obra de Antón Chéjov me imaginaba este mismo espacio escénico creado por Gintaras Makarevicius en el que se desarrolla la historia. Lo primero que vemos es una gran sala cerrada por puertas correderas que permiten a los actores salir de la escena y entablar un diálogo con el público. Es una casa del campo ruso tal y como nos lo imaginaríamos, de una familia trabajadora acomodada. Chéjov escribió esta obra entre 1898 y 99 y, aunque el autor no indica el tiempo en el que sucede la historia, nos da a entender por la cita de refilón de los muzhiks que la obra está situada antes de las reformas agrarias de 1861. Dirigida por Oskaras Koršunovas fue estrenada en Temporada Alta y puede que su origen lituano lo haga más cercano a Chéjov y a ser tan respetuoso con el texto. Únicamente se permite algunas pequeñas licencias que el autor no hubiese imaginado en aquel momento como la introducción de los audiovisuales que aportan imágenes como la recreación de la tormenta o las gotas de lluvia cual lágrimas resbalando por el escenario. La utilización del patio de butacas por donde pasean los actores y actrices para buscar las gallinas perdidas o esconderse de la furia de Vania es un recurso que ayuda a romper las tensiones dramáticas del momento.

La dirección de la casa la llevan el hombre, el tío Vania (Julio Manrique) y la sobrina (Júlia Truyol) hija de una hermana de Vania que falleció y cuyo marido, ya mayor, aparece con una esposa joven (Raquel Ferri) que no sabe hacer nada más que contemplar su belleza y juventud y que no para de recordar con su presencia la decadencia del profesor (Lluís Marco). Existe también la madre de Vania (Carme Sansa) que adopta una postura distante de toda la familia.

Un médico rural, como lo fue Chéjov, (Ivan Benet), aparece más a menudo por la casa desde la llegada de la pareja y crea tensiones con su engañosa indiferencia. Anna Güell es Marina, el ama mayor querida de toda la familia. La elección de los actores y actrices no podía ser más acertada, aunque me gustaría destacar a Manrique, Benet y Truyol por su gran entrega a sus papeles de mucha dificultad.

Atrapados todos los personajes en una mecánica tediosa, como en una rendición absoluta, nos presenta un circuito cerrado de relaciones personales y familiares que va a una velocidad pausada y constante como acostumbra Txèkhov, hasta que poco a poco va apareciendo el pasado con toda su fuerza de rencores y reproches hasta llegar a la explosión de la verdad de todo aquello que nunca se han dicho, al clímax con tensión sexual incluida y que finaliza de una manera tranquila. Todo vuelve a su cauce, la paz, el orden, el aburrimiento y la pérdida de la esperanza de que alguna cosa podría cambiar.

 

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