Gemma Brió habla claro y dice verdades, de esas que liberan tanto el que las suelta como el que las oye. En Llibert tres actrices, tres amigas, nos cuentan una historia que tiene un componente importante de reflexión filosófica y reivindicación social, que cuestiona los límites de lo ético y lo humano y que llama al espectador a posicionarse y tomar partido, lo quiera o no. Una historia con una dramaturgia poco frecuente, cercana y diferente, y con un humor de bromas íntimas y monólogo de bar, pero con una sensibilidad especial y una honestidad completa, abriéndose en canal a los espectadores.
La música es su aliada, y la guitarra una intérprete más, gimiendo, gritando o suspirando en las manos de su titiritera, la Mürfila.
Llibert nos transporta al interior de un hospital donde hay vida y hay muerte, y es inevitable que los que tenemos recuerdos negativos los revivamos con claridad. Terminada la función, quizás me faltó el envoltorio y el cuidado que, a veces, nos ofrece el arte: pero el arte de Llibert es crudo y nos deja, al final, tan desnudos y solos con nosotros mismos como lo está su protagonista.