Habíamos visto esta obra de Santiago Rusiñol en el año 1983 en el teatro Lliure dirigida por Fabià Puigserver con un plantel de actores y actrices muy bien escogidos y la música entrañable de Ramon Muntaner.
También recuerdo la versión de Ferran Madico en el Teatre Romea en 1999. En esta ocasión es Lurdes Barba quien se encarga de la dirección de esta obra que se enmarca en la tradición del teatro catalán del “noucentisme”.
Santiago Rusiñol escribió esta pieza teatral que hablaba de un momento en el que se acababan de perder las colonias de ultramar: Filipinas, Cuba y Puerto Rico. La realidad es que la derrota militar de 1898 fue la expresión simbólica de la decadencia española.
Si bien por un lado el pueblo se dejaba llevar por la propaganda del “orgullo nacional”, aparecía una progresiva crítica social a la actuación del ejército y un rechazo popular al injusto sistema de reclutamiento y a la posibilidad de la redención en metálico. Además, había muchas asociaciones obreras contrarias a la guerra porque eran conscientes que deberían ir sus hijos. En el momento en el que el imperio se hundía, se enviaban desde España levas de soldados a luchar a las Filipinas donde muchos de los jóvenes soldados morían, caían heridos o eran repatriados porque no podían seguir luchando.
Todo esto aparece en la obra de Santiago Rusiñol. Aunque me ha costado entrar en ella, veo el mérito y valoro el esfuerzo. El orgullo nacional y los delirios de grandeza de los militares cuando se acababan de perder todas las colonias está representado por el sargento (Joan Negrié), el señor Tomàs (Toni Sevilla), que representa a la autoridad local, el juez de paz (Albert Tallet) y el secretario (Miquel Malirach). Los cuatro son personajes burlescos y exagerados que contrastan con la realidad de un pueblo que ha sufrido los conflictos ideológicos y los intereses político-comerciales, cuya víctima principal es el héroe (Javier Beltran) que, enloquecido por las proclamas patrióticas y los horrores de la guerra, vuelve a casa alejado totalmente de los principios éticos y morales en los que se basaba el menestral catalán: la familia, el trabajo, la honestidad, el respeto. Todos los personajes de la obra son víctimas.
La interpretación de Javier Beltran es exagerada y sobreactuada contrasta con la serenidad de los padres. El diálogo del padre (Manel Barceló) con la madre (Rosa Renom) es el resumen emotivo de la vida, ilusiones y fracasos de la pareja. Es la interpretación magnífica, serena y creíble de dos grandes fieras del mundo de teatro.
La obra está cargada de simbolismos ya desde el principio en el que todos los personajes ataviados con distintos vestidos van desfilando y cantando un poema de Rusiñol con música original de Jordi Collet.
El diseño y la estructura de la representación a cargo de Albert Arribas consigue aportar la difícil mezcla de ridículo y dramatismo. El telar no existe, es únicamente un símbolo para que el discurso ideológico quede en un primer término. El telar es también el escenario en el que se recibe al héroe y el lugar de encuentro del pueblo. La vegetación que llena el escenario simboliza los fantasmas del protagonista que lo persiguen hasta su casa.
El héroe sobrevive a todas las interpretaciones y puestas en escena porque en esta obra hay mucha historia de nuestro pasado y de nuestra cultura.