Pequeños placeres, recuerdos impregnados de gozo, instantes que rebosan plenitud. Pau Roca nos ofrece una oda a la cotidianidad a través de Les coses expecionals. Y que por suerte, no hay precisamente pocas. Desde helados hasta intercambiar libros; la obra nos acompaña a rememorar los detalles que puedan dar sentido y ser un soplo de alegría. Se vacuna, eso sí, de querer tomar el papel de redentor o parecer un naif. Tampoco se las da de charlatán que vende felicidad. Aunque sí que podría pasar por un alquimista: y es que si bien no se busca -ni se logra, creo yo- ningún tipo de catarsis colectiva, la obra consigue, desde la sencillez argumental y escénica, que el público contribuya de forma coral al monólogo y que al salir del teatro, haga revisión de su propia lista de cosas excepcionales. No estamos delante de una obra maestra -ni se atisba ninguna pretensión de serlo- pero sí que guarda el sabor de lo eterno y de lo universal que a todos nos mancomunan: el sí a la vida.
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