Iba con reparos, cierto. Había leído que cuestionaba el canon y exigencias estéticas imperantes. Vaya, más de lo mismo y encima oír por parte de una mujer muy atractiva lo duro que es serlo (a los feos nos repatean las quejas por soportar la belleza). Pensé en la adaptación cinematográfica de Frankie y Johnny donde – quizás- la mujer más hermosa del mundo, Michelle Pfeiffer, pretendía ser alguien insignificante con problemas para gustar (en teatro fue Kathy Bates…). El estándar de calidad de la sala y el nombre de Bàrbara Mestanza (Pocahontas o la verdadera historia de una traviesa), directora y cocreadora, me animaron a ir. Suerte que lo hice.
Una propuesta cáustica por no decir demoledora, crítica con los roles impuestos y autoimpuestos que expone sin filtros el vacío existencial y la angustia que una cara bonita no esconde.
Se nota la mano de Mestanza (aquí uno enganchado desde Mafia con The Mamzelles) en la fuerza, gestos, el vomitar frases que son puñales, hacerte reír cuando se bordea el exceso y ridículo vital… todo eso lo transmite magníficamente Ana Rujas con el matiz añadido de vulnerabilidad o delicadeza que transmite su belleza. Modelo más que actriz -como se queja-, explota o se derrumba, expone la angustia vital donde ser guapa “por fuera” poco importa ni nada mitiga. Ese agujero negro que consume energía, anidado en nuestras entrañas, aquí muy ligado al consumismo. Ana nos hace reír mucho, a veces con vergüenza ajena, a veces propia, en su explosión, su rebeldía de modelo que come una hamburguesa, su periplo nocturno de fiesta salvaje buscando el cada vez más lejano y excesivo éxtasis de evasión y nos conmueve, sentada a oscuras en un baño con oscuros pensamientos.
Exceso, delirio salvaje, humor, ternura, desesperación, un rayito de esperanza, depresión, vacío, espejo… todo eso tiene La mujer más fea del mundo con una interpretación que destila verdad, natural y de desgarro, de gritos y miradas, de lágrimas y sonrisas.
Que nos pasemos más de media obra riendo y el resto acongojados sin que pierda coherencia o recurra a efectismos para pasar al drama desde la comedia esperpéntica tiene un enorme mérito. Una obra no sólo femenina sino humana. Llega a todos, sí, también a los hombres, y pienso que quizá debería volver a ver a Frankie y Johnny, quizá en su momento me quedé en lo superficial…