Para mí, el buen teatro es aquel que hace que salgas de la sala de una manera diferente a la que has entrado: más alegre, más triste, reflexionando, con ganas de llamar a alguien, cantando…. De ‘La Infamia’ sales… helada, petrificada, con una mezcla de sensaciones y sentimientos que te hierven por dentro pero que te paralizan por fuera, sin saber con qué palabras expresar lo que acabas de ver, cómo asumir la historia que te acaban de contar. Al menos, así fue para mí y mis acompañantes, que necesitamos un rato de pausa y silencio, para retomar el aliento y poder verbalizar lo que sentíamos ante tal barbarie y ante la vida de una activista, una mujer referente, tan sumamente valiente.
Lydia Cacho, periodista y activista por los derechos humanos, que lucha especialmente contra la violencia a las mujeres en su país, México, nos cuenta su propia historia y la de muchas de las mujeres que ha podido ayudar a lo largo de su vida. Y lo hace a través de Marina Salas y Marta Nieto, quienes se turnan el papel en este durísimo monólogo, no solo por su contenido, si no por la dificultad de representar los hechos que narran en un formato a dos tiempos: por un lado la actriz en escena va desgranando en primera persona la cruel, terrible y agonizante historia del secuestro y múltiples maltratos que recibe la periodista en un periplo en el que roza la muerte; y en paralelo, en un tono más periodístico y neutro, los hechos por los que lucha ella misma, con imágenes reales proyectadas, lo que le da ese punto de teatro documental que nos pone aún más en situación, una situación 100% real de mujeres maltratadas, pederastia, abuso de poder…
Bien merecido tienen estas dos actrices el premio MAX 2023 ex aequo a la mejor interpretación, se dejan la piel, la energía y el alma en los 90 minutos de función.
Pero es que además, todo esto se cuenta con una puesta en escena arriesgada, diferente, que mezcla una escenografía, de Alessio Meloni, bastante grande y que nos pone muy bien en situación, una iluminación que es perfecta, bravo David Picazo; con el uso de la cámara en directo, con Alicia Aguirre como operadora, que nos proyecta en pantalla imágenes de la propia actriz muy de cerca, en rincones del escenario que quedan invisibles al espectador a simple vista y que hace que la proeza sea mayor porque la actriz, en mi caso vi a Marina Salas, muestra dotes interpretativas muy buenas también para cámara.
En definitiva, un ejercicio teatral brutal y una historia de gran crudeza pero que necesita ser contada, y a través de ellas, dar voz a todas las que no pueden hablar, por miedo, por censura o porque ya no están.