Catarsis cubanera

La Cubana: Adéu, Arturo

La Cubana: Adéu, Arturo
07/01/2020

Con sus más y sus menos, todos esperamos que (dentro de mucho tiempo, por favor) nos llegue la hora de morir de forma plácida y serena. Rotunda como la última frase de un buen libro. Que el chimpón nos pille con el tintero vacío y la mochila llena de grandes experiencias. Que el amor forme un lazo indestructible con los que hayamos escogido por el camino.

Alguien importante ha cumplido esa suerte de deseo colectivo: Arturo Mompou Cirera, protagonista y alma, que en paz descanse, de ¡Adiós, Arturo!. Él vivió lo que quiso, como quiso. He did it his way, y no podía irse al más allá con una despedida mediocre.

Lo nuevo de La Cubana es una fiesta mayúscula, una celebración de la vida a través de la muerte donde se ríen del muerto y de sus supervivientes. Los de Sitges repiten una vez más esa fórmula magistral que han ido perfeccionando durante más de 30 años de trayectoria: homenajear con humor, amor y oficio el gran teatro de la vida. Nos ponen ante un espejo deformado que nos muestra las miserias humanas con tanto ingenio, que te desmontan de la risa.

Ateniendo al formato, este loco funeral podría considerarse una segunda parte de Campanadas de boda (2012), la comedia redonda, interactiva y sorprendente donde ya se rieron de las ceremonias. Pero Adiós, Arturo también bebe de Cómeme el coco negro, Cegada de amor, Una nit d’òpera, Mamá quiero ser famoso o Gente Bien. El espectáculo es una catarsis cubanera, un back to basics que compensa la repetición con lo mejor de su ADN creativo: números de revista destartalada, glamour de baratija, centenares de personajes tan estrafalarios como reales, karaoke, ópera, destrucción de la cuarta pared, enredos, crítica social, vodevil, la interacción con el público, una estética kitsch, opulenta y disparatada… Y juego, mucho juego. Te arrastran a su particular mundo donde todos fingen ser otro, y tu también puedes serlo.

La función contiene muchas sorpresas que es mejor no contar con tal de preservar la magia. Lo que sí es de justicia subrayar es el impresionante trabajo actoral. Todos los intérpretes despliegan talentos, se multiplican, cantan, bailan y mantienen al público en una carcajada permanente. Los puntos flojos pasarían por la duración excesiva de la ceremonia, y algunos gags que ya se perfeccionarán con el rodaje, que, en todo caso, no mellan la creación de Jordi Milán y su troupe.

Es una pieza imperdible a la que es mejor asistir en grupo. Crea ya un grupo de amigos en Whatsapp ¡y no os perdáis el mejor funeral del mundo!

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