Estrambótico retablo de perdedores

Krum

Krum
05/12/2014

Resulta difícil, muchas veces, encontrar un equilibrio entre la idea de insatisfacción del ser humano respecto a su propia existencia y el vacío de contenido de la obra en sí la quiere transmitir. Es decir, cuando se intenta tratar el drama de una persona que siente que la vida no pasa nada interesante se corre el riesgo de contaminar el espectador de esta sensación hacia la historia misma. Aparentemente, Krum tiene algo de eso. El texto del dramaturgo israelí Hanoch Levin presenta un abanico de personajes fracasados desde la mirada de un protagonista que no ha hecho nada en la vida y, al volver a sus orígenes, descubre que allí tampoco parece haber pasado gran cosa desde que se marchó . La directora Carme Portaceli, tan acertada con El president de Thomas Bernhard, intenta aquí dotar al montaje de una energía, en cierto modo, compensatoria, eficiente en parte pero, ciertamente, falta de una clara intencionalidad interna. También los actores ponen todo su talento y recursos interpretativos al servicio de esta pieza excesivamente larga de los que destaca un carismático Oriol Guinart que otorga al conjunto los mejores momentos de la propuesta. Sin embargo, la combinación de efectos, los cambios de tono y de registro, y la indefinición argumental consiguen desconcertar más que entretener, diluyen su posible mensaje y plantean el espectáculo como un simple conjunto de fragmentos, en muchos casos, inconexos.

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