En su primera adaptación de un texto de Chéjov, Rigola pone sobre el escenario todo su talento y su forma personalísima de enfrentarse a los textos.
Así, nos encontramos delante de un Ivànov totalmente fiel al espíritu del texto, que transmite en todo momento el desencanto y la melancolía que este pide, pero con una puesta en escena contemporánea y arriesgada, en la que los personajes tienen el mismo nombre que los intérpretes, los maneki neko se multiplican y el sonido de una guitarra eléctrica nos acompaña en todo momento. Todo esto construido con magníficas interpretaciones y mucho (pero que mucho) confeti.
No os la perdáis.