Herencia envenenada

Herència abandonada

Herència abandonada
05/02/2020

No es la primera vez que un guion de teatro se basa en un tema de herencias. Lara Díez Quintanilla ha sabido escribir y plantear un tema eterno, la aceptación de una herencia, momento en el cual sale lo mejor y lo peor de los miembros de una familia. Y no son los bienes materiales los que se ponen en juego sino las relaciones entre cada uno de los herederos y entre ellos y sus progenitores. El dinero y los bienes, por escasos que sean,  hacen aparecer los celos, las envidias, las competencias por el amor de los padres, las preferencias. Es un momento para recordar y hacer balance de la historia de la familia. Y todo ello lo va sacando a la luz una de las herederas de esta historia y el abogado de la familia que había convivido con ellos desde pequeño. Los tres hermanos varones restantes no aparecen en la escena pero están presentes todo el rato ya que son cuatro los herederos. Otro elemento distorsionador de la herencia es la obligación del cuidado de la madre enferma.

Van saliendo los recuerdos, las intimidades, los deseos no confesados hasta que la obra presenta un giro inesperado que cambia totalmente el rumbo de la historia y ya no se habla de herencias sino de dos personajes que consiguen poder manifestar su irremediable soledad.

La escenografía es muy sencilla y muestra un despacho desolador, desordenado justificado por su provisionalidad.

Lo mejor, el actor Ramon Bonvehí y la actriz Francesca Vadell. Yo estaba en la última fila y podía ver perfectamente la expresión de la mujer, los ojos de incredulidad, la timidez inicial y la dureza del gesto que expresaba una firme decisión. Él, muy inseguro al principio va sacando, forzado por ella, todos sus recuerdos y la determinación que ella consigue hacer tambalear.

Las pausas son un recurso teatral difícil de mantener pero bien colocadas a lo largo de la pieza añaden dramatismo al texto. La directora y ellos dos lo consiguen.

El público me sorprendió. Algunas personas reían de manera histérica, la mayoría de las veces extemporáneamente. Otras veces contagiaban al resto del público. Parecía una representación en el Globe, el antiguo teatro de Shakespeare en el que la gente de pie y cerca del escenario interpelaba a los actores y se llegaban a pelear entre ellos. Parecía una competencia de risas. En alguna ocasión se oyó un “schistt”. Debía ser alguien como yo que no entendía como se podía interpretar de manera cómica un texto en el que las vivencias de los personajes nos recordaban algún momento de nuestra historia. Debía ser por esto.

 

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