Esta temporada, y simultáneamente, tenemos la suerte de tener programadas dos obras de David Mamet en BCN: Glengarry Glen Ross y Un matrimonio de Boston en Villarroel.
Àlex Rigola asume el reto de volver a dirigir esta obra que ja se había representado en el Teatre Lliure en el año 2003. Se había estrenado en 1983 en el National Theatre de Londres con la que ganó el Pulitzer en 1984 y posteriormente fue llevada al cine y considerada una de las mejores películas de los años noventa. En el festival de Venecia, Jack Lemmon y Al Pacino también recibieron sendos galardones.
Al encanto de la sala HEARTBREAK hotel por su proximidad con el público, se añade en esta obra la escenografía minimalista de Patricia Albizu que resalta el texto de Mamet y la actuación de un elenco de súper lujo: Pep Ambròs, Àlex Fons (era el hijo de Andreu Benito en El hombre del teatro en este mismo espacio), Francesc Garrido, Miranda Gas, Andrés Herrera y Sandra Monclús, quienes pueden demostrar mejor sus magníficas capacidades actorales porque trabajan sin ningún tipo de elemento escenográfico ni espacio sonoro que refuerce la tensión y el suspense del momento.
Àlex Rigola, además de apostar por una austeridad máxima, nos ofrece pequeñas sorpresas como la de mantener el nombre personal de los/las intérpretes o introducir a dos mujeres (una de ellas, jefa de ventas) cuando en el original de Mamet los seis personajes eran masculinos.
Es una obra dura sobre el mundo de las empresas inmobiliarias que Mamet conocía muy bien por haber sido director de una de ellas. De hecho, el título de la obra proviene de los nombres de dos de las corporaciones inmobiliarias de Chicago, Glengarry Highlands & Glen Ross Farm.
La obra trata de los aspectos poco honestos de esta profesión en la que todos intentan sacar provecho de los demás, utilizándolos en beneficio propio e incluso traicionarlos. Es un mundo competitivo en el que los trabajadores están obligados a participar. Por un observador externo e imparcial, el comportamiento de los personajes es decepcionante por la falta de solidaridad y la incapacidad de luchar como grupo contra las perversas medidas que adopta la empresa para mejorar la productividad. El consumidor es el primer perdedor porque deja en ello la ilusión y los ahorros.