Desde las calles de la banlieue parisina, Jordi Casanovas presenta a un grupo de jóvenes, descendientes de inmigrantes pero franceses de nacimiento, que no se identifican con el sistema. El statu quo simplemente no está diseñado para ellos. De forma similar, en el panorama cinematográfico y escénico español parece ser que hay poco espacio para integrar a profesionales racializados y La Joven Compañía ha dado un paso hacia adelante para acabar con ello.
A través de un lenguaje principalmente físico, Mard B. Ase, Jean Cruz, María Elaidi, Prince Ezeanyim y Delia Seriche recorren un texto que acaba en incendio y que pone en evidencia la idiosincrasia de cada uno de los personajes: Casanovas consigue que cada uno de ellos tenga una historia y luz propias en el seno de un sistema opresor.
Los personajes que, de primeras, pueden resultar violentos y agresivos, finalmente se descubren como personas que persiguen una idea de revolución desde el barrio, construida a partir de distintas realidades en la que la coreografía diseñada por Andoni Larrabeiti destaca la fortaleza de cada uno de los integrantes de la banda.
Basado desde el principio hasta su fin en hechos reales, La Joven Compañía, una vez más, nos hace reflexionar sobre el mundo en el que vivimos desde una perspectiva racial planteando, en este caso, cuáles son las cenizas que deja atrás toda revolución.