Ver el Teatre Romea convertido en un desierto de arena dominado por un sol gigantesco que ilumina la escena y marca el desarrollo de la tragedia es un espectáculo que, en sí mismo, justifica la entrada. Si a esto sumamos una Emma Vilarasau en una de las interpretaciones más contenidas que le recuerdo, una Mercè Sampietro impecable y unas emocionantes escenas entre Lluís Soler y Xavier Ripoll tenemos un resultado muy interesante. Cierto es que no es un montaje redondo (algunos versos son mejorables y algunos pasajes un poco lentos) pero también lo es que da gusto ver un montaje de tragedia hecho sin complejos ni prejuicios, en verso, con escenas muy intensas y, incluso, algún grito (porque, si no se grita en una tragedia griega, ¿dónde?). Vale la pena.
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