Et vindré a tapar en el teatro La Vilella es toda una experiencia. En primer lugar, sorprende que una obra de esta temática (la guerra civil española o, mejor dicho, la posguerra) no llegue a la hora de duración. Es una dosificación acertada, hace que cada minuto encime del escenario tenga mucho más poder i significado posteriormente. De esta manera, no hay tiempo para que el público desconecte o se pierda dentro del texto.
Por tanto, una obra que está condicionada por el poco tiempo de representación plantea algunos retos que la dirección de Roger Ribó sabe resolver satisfactoriamente. En tan poco tiempo, es difícil presentar una obra como Et vindré a tapar, que sucede en diversos escenarios (ninguna ciudad o pueblo en concreto, pero diversos escenarios: un río, un barco, una montaña…). Esta problemática queda resuelta gracias al impecable trabajo que hacen los sonidos y la ambientación. Aunque una mesa con una persona que continuamente elabora sonidos que dan contexto a un escenario sobrio, consigue que el espectador imagine la escena pero también que quede distraído en algunos momentos.
El papel de la mujer durante la guerra, y concretamente durante la posguerra, fue crucial. Así se deja ver en Et vindré a tapar, donde tres actrices protagonizan toda la obra sin necesidad de que ningún soldado aparezca para darle a la obra el tono doloroso que supone. Maite Bassa, Montse Bernad y Blanca Solé son las encargadas de demostrar todo el dolor que la guerra supuso para aquellas que no la lucharon, sino que solamente la sufrieron.
En síntesis, Et vindré a tapar es un relato sobre la crueldad de la guerra y de todo aquello que queda (o que nunca vuelve, como sucede con muchos soldados que lucharon en ella). Con una puesta en escena humilde pero funcional y elaborada y una actuación muy bien llevada a cabo, consigue que el público conecte emocionalmente con la historia y se identifique con estas familias rotas, que jamás volvieron a ser las mismas tras la guerra.