La producción de El somni d’una nit d’estiu del TNC, dirigida por Joan Ollé, destaca en primer lugar por una escenografía esplendorosa, preciosa y mágica. Es una obra coral, sin ningún protagonista singular, y con varias tramas que se entrecruzan. El resultado es un mosaico muy divertido y nada abigarrado.
En esta ocasión hemos disfrutado del lujo de ver a un conjunto de grandes actores como Mercè Arànega, Xicu Masó, Joan Anguera o Enric Majó en papeles importantes pero cortos, que han bordado como una filigrana. La trama más conseguida y la que resulta más divertida es la de los cómicos que representa la obra sobre Píramo y Tisbe, porque es cuando vemos en escena a actores de raza como Anguera, Masó, Oriol Tramvia, Xavier Soler y Eduard Muntada. También es de justicia alabar la Titania de Mercè Arànega, papel que interpreta tocada por la magia y la elegancia que la reina de las hadas requiere. A su lado, el Oberón de Lluís Marco queda un poco discreto. Quien me sorprendió muy gratamente fue Pau Viñals, que hizo un Puck inmenso, lleno de gracia, de lascivia y de malicia, un ser medio demoníaco con un maquillaje fantástico que se movía como un acróbata y que con su voz dulce y meliflua habría podido convencer a cualquiera de cualquier tontería. Fue un Puck genial.
Sin embargo, hubo un punto más gris: Clàudia Benito, Albert Prat, Laura Pujolàs y Guillem Motos, los cuatro jóvenes, resultaron mediocres, con poca gracia, artificiosos y un poco sobreactuados, y su parte se hizo aburrida y un poco pesada. Pero si este montaje tan espectacularmente bonito y mágico tiene un inconveniente mayúsculo, no es otro que el del sonido. Los micros —damos por hecho que en la sala gran del TNC hacen falta— no estaban bien colocados y el sonido fue deficiente en muchos momentos: las voces no se oían lo suficientemente nítidas o sonaban demasiado lejanas. Si la amplificación se hace en aras a que el sonido sea óptimo, ¿de qué sirve si acaba no siéndolo?
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