Anna Agulló Prieto es la dramaturga, la directora y la única intérprete de esta obra autobiográfica, valiente y generosa en la que se desnuda mostrando las luces y sombras del delirio, de ese proceso que ella llama viaje. También describe la parte más oscura, profunda y dolorosa de su enfermedad y al mismo tiempo nos muestra toda la parte positiva, la importancia del apoyo familiar y el amor que la rodea. Todo el texto nos atrapa, nos mantiene alerta, nos da un puñetazo en la cara, nos lleva a un mundo al que podríamos ir todas, nos avisa y nos conmueve.
Ya habíamos visto este valor en “Suite TOC nº 6” de “Las Impuxibles” en la que Clara Peya nos sorprendió con el reconocimiento en público de su trastorno. Vimos lágrimas entre la gente del público. Hay otras obras en este momento en cartel sobre salud mental “Loca” “Retrato(s)” “Clarissa” o sobre bienestar emocional como “Dopaland”, “La segunda mejor”, o “Terapia integral”.
La normalización de las enfermedades mentales es una obligación del teatro como la crítica social de las injusticias o la visibilización de situaciones que hasta el momento han sido escondidas. Todas ellas dan voz a personas que habitualmente no la han tenido, por ser consideradas diferentes, locas o inadaptadas.
Mireia Trias realiza un trabajo escenográfico muy fino y elegante. Usa elementos sencillos pero muy útiles para entender cada paso, cada momento y cada cambio situacional. La música de Clara Peya acompaña respetuosamente a los monólogos más íntimos. La propuesta de iluminación de Belén Fernández Rodríguez va siguiendo a la intérprete en las distintas partes del monólogo.
Es una lección de psiquiatría en estado puro que deberían conocer los estudiosos. Sin embargo, el impacto sobre el espectador pudo ser mayor prescindiendo de algunos párrafos que alargan innecesariamente la obra.
La enfermedad mental forma parte de nuestra sociedad y debemos abrazarla, conocer, tratar y ayudar. Gracias Anna por hacerlo posible.