El texto mordaz de Cervantes sobre la estupidez humana que se hace evidente cuando dos perros aprenden a hablar ha quedado flojo en esta adaptación de la obra, que no ha sabido adaptarse a nuestro tiempo y pierde fuerza con un humor fácil, vacío . La intención es mostrar a los humanos como los auténticos animales, pero fuera de las máscaras (que salvan los que hacen de humanos), falta solidez en el total, y la caricaturización que se hace nos queda lejana.
La escenografía, la iluminación y, sobre todo, las interpretaciones de Fontseré y Saenz, que han hecho un gran trabajo con la gestualidad animal, son los grandes aciertos del montaje.