Todos somos locos de alguna manera. Jugando a las cartas, enamorándonos sin remedio o bailando con los caballos. La protagonista de esta función nos susurra la historia de su familia, de su abuelo y de su padre y de cómo el gen de lo extraño definió sus existencias.
Ana Scannapieco nos habla con frases cortas y entrecortadas, como si improvisara sus pensamientos. El discurso se compone de lo que dice, pero también de las frases secretas que constantemente murmura en silencio y que cada espectador imagina para sus adentros. El personaje realiza un ejercicio relajante de contemplación y meditación interna, desnudándose ante nosotros desde la distancia con el pasado y envuelta por la cercanía de la sala. Acompañada por las músicas, la iluminación intimista y la cálida escenografía que nos transporta a un establo, la corporalidad de la actriz se funde con la de un invisible caballo mientras lo cepillo y lo monta, hasta lograr que lo veamos sin que esté presente.
El director Lisandro Penelas utiliza la poesía del relato de Tess Galagher para crear un espectáculo muy corto –no llega a una hora- de contemplación y belleza. En cuanto al contenido, si bien la trama tiene su interés al principio, se vuelve algo monótona a medida que avanza. En el fondo, las historias del abuelo y del padre de la protagonista poco tienen que ver entre sí, cosa que difumina algo el mensaje de la pieza. Así pues, lo que vale más la pena es el montaje, con una puesta en escena y una interpretación originales y rebosantes de ternura.