El alimento de las moscas es un monólogo escrito por Eusebio Calonge, que habla de un hombre recluido y atormentado, ahogado, drogado, dañado, que reflexiona en voz alta sobre su condición y las circunstancias que lo han llevado donde está. El personaje divaga, solo, sobre el sentido de ser humano y ser animal a la vez, sobre el hecho de tener el don de la palabra, pero sin tener a nadie a quien dirigirla.
El trabajo actoral, a partir de este texto tan visceral y tan reflexivo a la vez, es un reto mayúsculo, porque es necesario transformar la palabra en gesto, la reflexión en cuerpo. De la mano del director Borja Ruiz, Arnau Marín encarna a esta bestia-humana con todo el abanico de registros y recursos, desde la sutileza más mínima, al grito más crudo. Es tan brutal el trabajo de fisicalidad que, en algunos momentos, da la sensación de que al personaje le sobran, incluso, sus palabras.
La apuesta escénica no tiene fisuras. Van con toda la artillería. Desde el vacío escénico, desde la asepsia absoluta, desde lo que queda cuando te has desnudado de todo, Arnau Marín va a pelo, llenando el espacio con los ojos, las manos, la lengua, los pies, la respiración, la piel. Hay que verlo de cerca para sentir al animal al oído, para sumergirse en su mirada vacía y errante, que a la vez busca, desesperadamente, ayuda y reposo.