Hay momentos que permiten o ayudan a la sinceridad o que facilitan el vaciamiento de un alma que nunca se ha atrevido a hablar. Estos momentos tienen por ejemplo, relación con la muerte o el miedo a no despertar de una anestesia. Éste último es el caso del texto de este monólogo cuyo protagonista debe ser intervenido al día siguiente de una cirugía cardíaca. El compañero de habitación es el depositario de toda esta interesante información que desvela poco a poco: la relación con su padre y especialmente, con su mujer y el padre de la misma.
El texto de Lluïsa Cunillé y la dirección de Xavier Albertí han sabido encontrar ese momento para desnudarlo física y emocionalmente tirando de la lengua de un quiosquero que ha pasado la vida vendiendo diarios primero junto a su padre y después él solo cuando aquél murió. Oriol Genís es el quiosquero y va narrando su vida de forma tranquila sin altos ni bajos ni sentimientos visibles excepto algun momento de comicidad que arranca la risa del público. El texto, aparentemente lineal, deja de serlo cuando provoca emociones en el espectador.
El quiosco es un sitio de culto que le aporta toda la información local y mundial. Es un lugar pequeño y estrecho por el que pasa y se detiene mucha gente y que le permite escuchar y ver sucesos sin ser visto por nadie.
Él es Oriol Genís con una magnífica interpretación de una vida, al parecer (nos lo quiere hacer creer con su tono de voz), sencilla pero cargada de detalles y pistas para conocer a la gente que lo ha rodeado a lo largo de su camino vital. Nos convierte en los observadores pasivos de una historia llena de dolor, vergüenza y arrepentimiento.