Andrea Jiménez nos trae un texto propio en el que se entrelazan sus vivencias personales, Shakespeare y unas reflexiones compartidas por muchas hijas de unas cuantas generaciones próximas a la suya. Y lo hace con una pieza que a la vez te hace llorar, reír y te saca las garras. Te lleva a lugares comunes de muchas hijas para hacer una catarsis colectiva cagándose en Shakespeare, en Lear y en el padre de todas, pero a la vez para buscar algunos porqués, para indagar en el perdón y para entender el dolor. En tono divertido a la par que profundo, vemos desfilar escenas de El Rey Lear y de la propia vida de Andrea de manera paralela, entrelazándose como si de la misma realidad se tratara, de manera mágica, con un guion magnífico.
A su vez, Andrea dirige a quien representa a Lear, y es que el concepto de Casting Lear es simple a la vez que complejo: Un actor cada noche representará al Rey Lear sin haber visto la función antes y siendo la primera vez que se ve con la directora (Andrea Jiménez) y el apuntador (Juan Paños). Con estas pocas instrucciones, míticos actores de cierta edad representan a Lear, al padre de Andrea (no olvidemos que es una pieza de teatro de autoficción) y al padre de muchas. Representa a esa figura universal, a la que un día decepcionamos con nuestras decisiones propias, sin seguir las suyas, y representa a todos esos mandatos impuestos que constituyen las creencias limitantes en las hijas.
No os diré que vayáis a verla porque agota entradas allá donde va, así que ojalá siga girando hasta que tanto Andrea como todas las hijas que se ven representadas en esta historia consigan perdonar y colocar a su padre en el lugar donde más paz les dé. Brava, Andrea.