Respiro. La tensión que me tenía enganchada al asiento del Grec se ha terminado. Pero la obra sigue. Y me doy cuenta de lo que ha hecho que me relaje: Calígula, o Pablo Derqui, ha salido de escena. Unos instantes antes, su expresión irónica, soberbia, cínica y profundamente infeliz bastaba para llenar el escenario entero con su sola presencia, tan absorbente como fascinante…
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