Caïm i Abel promete tragedia y épica pero acaba resultando un melodrama familiar con mucho artificio y un argumento simétrico dibujado con tiralíneas. Una historia donde todo parece escrupulosamente calculado, que acaba resultando fría, artificial y, sobre todo, poco creíble.
En este contexto, sin embargo, hay una perla escondida. Se trata de la historia del padre de Caïm, interpretado por un magnífico Lluís Villanueva: un relato emotivo, intenso y cargado de verdad que justificaría por sí solo la visita a la biblioteca si la obra no durara 3 horas (con entreacto).
Con una puesta en escena correcta y unos actores que saben defender el texto, Caïm i Abel promete algo que no da y deja con la sensación que para este viaje no hacían falta alforjas.