Que no haya equívocos: si el concepto cabaret «a la antigua» (Mamachicho me toca) te produce un efecto urticari extremo, cierra la pestaña y ve a buscar otro espectáculo.
El Cabaret Tropicana de Cuba es una pieza teatral museográfica.
Fundado en 1939, tuvo su época dorada en los años 50, cuando la ocupación estadounidense de la isla caribeña hacía desfilar por los clubes nocturnos en multimillonarios, estrellas de Hollywood, gángsters y diplomáticos, entre otra fauna. El vicio y la corrupción se extendía por todas partes y el Tropicana brillaba con una fastuosidad digna de Broadway. Pero la revolución castrista cambió todo y detuvo el reloj. El bloqueo económico yankee condenó la isla a la autarquía. La lucha por la creación de una utopía comunista blindar las fronteras contra la invasión del estilo de vida capitalista, y se sabe que la Censura de un régimen nunca es amiga de las ideas más innovadoras, que pueden suponer un revulsivo en contra del sistema.
Así pues, todo el mundo que viaja a la isla se siente fascinado por ésta asincronía temporal de un régimen que fue un experimento y lo sigue siendo. Los Cadillacs y Chevrolets (que podrían haber salido del rodaje de Grease) circulan por el Malecón, los jóvenes se dan cita en la heladería Coppelia tras haber rascado veinte minutitos de carísimo wifi en algunos de los escasos parques con conexión, y las gráficas de los 50 cuelgan de los comercios. Y en este contexto de viaje temporal encontramos el Cabaret Tropicana: inmune al paso del tiempo.
La compañía es impagable en una producción española: 1000kg de vestuario viste un cuerpo de baile formado por 24 jóvenes súper enérgicas, 6 cantantes y una banda de salsa cubana (con un sonido ochentera, entre Rubén Blades y Rocío Jurado). Mambo, cumbia, salsa, chachachá y baladons se combinan de una manera trepidante en 100 minutos de intenso cabaret musical. Las bailarinas, con más ropa en la cabeza que el cuerpo, nos demuestran como Cuba tienen más articulaciones, gracia y salero que nosotros, y los bailarines, con más ropa al cuerpo que al cabo, sólo muestran nalga a un número (caramba .. .) donde espectacularizar la esclavitud a que los españoles sometieron a los africanos que obligaban a trabajar en las plantaciones de caña.
El Teatro Apolo hacía décadas que no vivía un music hall de este estilo. El fantasma de Tania Doris aplaudía emocionada entre las tramoyas de un teatro que otrhora sólo programaba Las Alegres Chicas de Coslada (* Colsada fue el propietario del teatro -y de cientos de pisos y parkings en la ciudad-, famoso por producir espectáculos con decenas de chicas ligeras de ropa).
- Si quieres saber cómo eran los cabarets que abundaban en Barcelona hasta los 80, o quieres revivir el exotismo caribeño de los 50, el espectáculo es una pasada.
- Si lo miras desde una perspectiva de género, buscas innovación artística o el cabaret de pluma y lentejuela no te dice absolutamente nada, mejor escoge otra propuesta.