Una Arabella con luces y sombras

Arabella

Arabella
29/11/2014

Ha llegado a fin de año, pero por fin el Liceu se ha dignado a poner su granito de arena al año Strauss, en el que se celebra el 150 aniversario del nacimiento del compositor alemán. Arabella, estrenada en Dresden en 1933, llegó al Liceu en 1962 de la mano de una debutante Montserrat Caballé y desde entonces sólo se ha representado en tres ocasiones contando la actual. Es un balance muy pobre para una ópera tan maravillosa.

La historia de Arabella es la de una familia noble venida a menos que se ve en la necesidad de casar a la hija mayor (Arabella) con un magnate para que pueda sacar a la familia de la ruina. La música que Strauss pone a cada personaje es elegante y deliciosa y se adecua perfectamente a la psicología de cada uno. La trama es divertida y tiene final feliz. Se trata de una comedia amable con una música grandiosa y excelsa.

La gran protagonista de esta Arabella fue Anne Schwanewilms, una soprano de primera división que interpretó una Arabella de sueño, aunque no estuviese en plena forma, tal como anunció la megafonía del Liceu en el primer entreacto. Se le rompieron un par de agudos de forma casi imperceptible, pero demostró que conoce el papel a fondo, y además, tiene una voz preciosa y cristalina, una técnica magistral y un dominio completo de la voz. Fue una Arabella dulce, refinada y muy elegante.

La producción escénica fue austera pero bonita y muy convincente, especialmente en la escena del baile del segundo acto. Hecha a base de plafones correderos en cuyo detrás estaban los espacios de actuación, dejaba la parte de delante del escenario completamente blanco para las acciones principales de la historia. Un vestuario muy elegante, al estilo vienés, completó esta producción más que correcta.

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