Haendel utilizó el libreto del Cardenal Vincenzo Grimani para componer una música muy adecuada para esta ópera semi-seria, llena de ironía, humor i enredo. Fue estrenada en Venecia el 26 de diciembre de 1709. Era la segunda ópera italiana de Haendel y probablemente la última composición en Italia. Es una de las mejores piezas de la historia de la ópera. Haendel, como era habitual en aquella época, utilizó melodías conocidas de otras óperas y oratorios propios de la misma época italiana. La ópera es de una gran frescura musical y tiene momentos muy líricos.
La trama se centra en Agripina, casada con Claudio, emperador de Roma. Ambicionando el trono para su hijo Nerón, utiliza todo lo que está a su alcance para conseguirlo: engaños, mentiras, traiciones, difamaciones, venganza i destrucción. Una historia similar había aparecido antes con L’incoronazione di Poppea (1642) de Monteverdi, pero el libreto de Grimani se centra en Agripina, personaje que no aparece en la versión de Monteverdi.
La dirección musical fue a cargo de Maxim Emelyanychev que tocando el clave dirigía la orquesta Il Pomo d’Oro. Es un Ensemble fundado en 2012 y dedicado a la interpretación de óperas y otras piezas instrumentales barrocas y de la época clásica.
Es un regalo ver a los músicos sobre el escenario como también fue un regalo el brillante plantel de contratenores como recuerdo de los castrati barrocos. Franco Fagioli (Nerón), Xavier Sabata (Ottone), Carlo Vistoli (Narciso). Completaban las voces los bajos Luca Pisaroni (Claudio) y Andrea Mastroni (Pallante), el barítono Biagio Pizzuti (Lesbo) y la soprano Elsa Benoit (Poppea) todos ellos especialistas en ópera barroca. La mezzosoprano norte-americana Joyce DiDonato fue parte importante del éxito del concierto. Es una artista y una cantante excepcional, única en este repertorio. Vuelve al Liceo con una obra que forma parte de sus programas de ópera y conciertos.
A parte de las magníficas voces, la interpretación de la música de Haendel, me sorprendió muy agradablemente la interpretación escénica de todos los cantantes. Dejaron a un lado la rigidez que impone el atril y la lectura del libreto. No necesitaban escenografía para demostrar sus sentimientos y pasiones. La Donato movía todas las piezas de sus maquiavélicas maniobras con una tranquilidad y una sonrisa que no impedían demostrar sus grandes dotes de magnífica cantante.
Fue una deliciosa tarde de ópera