El único protagonista entra en escena con un abdomen abultado que evidencia su embarazo. Entra en silencio y se mantiene un buen rato mirando al público con una actitud de vergüenza, curiosidad, provocación. Es el silencio del presagio de una historia atormentada.
En la prensa ya se había publicado recientemente algún caso de hombre embarazado. En teatro, la primera vez que asistí a un tema de transexualidad fue en “Limbo” de “Les Impuxibles” hace ya unos cuantos años. Como en Limbo, es la historia de un tránsito y se presenta con toda su crudeza y honestidad. La confusión, el miedo, el rechazo y la incomprensión acompañan al protagonista durante gran parte de su vida hasta el reconocimiento y aceptación de su identidad de género.
Agustí Franch ha demostrado tener una sensibilidad y conocimiento del tema escribiendo un texto descriptivo que no juzga ni critica, pero coloca hábilmente al espectador al lado de la comprensión y es capaz de conmovernos en algún momento.
Es un gran trabajo actoral el que hace Isidre Montserrat por la dificultad de interpretar a dos personajes en la misma escena con cambios constantes de timbres y registros de voz o de actitudes corporales muy arraigadas y bien definidas para cada uno de los grupos sociales que representa.
La escenografía es muy sencilla y junto a la iluminación permiten cambiar rápidamente de época, de momento o de personaje, aunque, como es muy frecuente en el teatro actual, hay una innecesaria utilización de los audiovisuales.
Bajo la mirada de la tolerancia y el respeto por la diferencia, la dirección de Núria Florensa y Raül Tortosa ha sido muy valiente y han conseguido tratar un tema en profundidad abrazando todos los matices de la duda, el desconcierto y la incomprensión de uno mismo y de los demás.
La mentalidad binaria imperante es incapaz de comprender todo el alcance de las diferentes identidades y las dificultades por reconocer, aceptar y decidir. El teatro es el eco, el amplificador y la caja de resonancia de situaciones que no se acaban de normalizar.