Para todas las cosas que se pueden decir de lo que significa vivir hoy en día en Barcelona, parece que las compañías de teatro de aquí no hablan tanto del tema como la realidad solicita. Afortunadamente, tenemos excepciones como La Ruta 40 que, después de tratar el turismo en la reciente Reiseführer, pone el foco ahora en la gente local; más concretamente, la del sector artístico y su precariedad, manteniendo la ciudad como escenario y casi como un personaje más del espectáculo. Dirigida por Sergi Torrecillas, que logra un trabajo notable en su debut en esta tarea, la propuesta es fresca, ácida e inteligente. Como sátira del mundo teatral resulta muy divertida y crítica, a pesar de que, a causa del gran número de referencias demasiadas concretas, quizás peca un poco de endogámica y podría dejar a algunos espectadores fuera de muchos chistes. En cualquier caso, el planteamiento escénico funciona y tiene un ritmo magnífico, la naturalidad de las interpretaciones es contagiosa y la historia fluye de forma muy ágil. Se trata, en definitiva, de un entretenimiento de calidad que esconde, sin disimular demasiado, unas cuantas pullas que, tal como están las cosas, iban siendo ya más que necesarias.
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