Vaya por delante que creo que soy el único espectador a quien no ha entusiasmado esta premiadísima propuesta, vista la temporada pasada, así que no me hagáis mucho caso, que no todo el mundo puede estar equivocado excepto yo. Y es que me pareció retrógrada a pesar de ser aparentemente «fresca», impartiendo carnets de madurez y dictaminando qué decisiones evidencian que no la has alcanzado aunque te hayan caído los 40.
Propuesta bien arraigada en la nostalgia de los 80 y 90, empezando por la estructura de la obra, con dos caras, como aquellas casettes. Una CARA A simpática y humorística (aunque a mí tampoco me lo pareció en exceso) sobre los motivos y consecuencias de una ruptura, y los dramas de ser actor de un eterno adolescente (clavado, eso sí). Admito (se me juntó todo, ya veis) que me cansa ver espectáculos donde los actores nos cuentan cómo de dura es su profesión. Sí está muy bien descrita esta juventud alargada hasta el extremo, donde los cuarentones aún nos vemos como «chicos» cuando los niños bien educados ya hace años que nos tratan de usted.
Al protagonista le caen los 40, y todo cambia. La última frontera para entrar ya en la madurez. ¿Y qué es ser maduro? Pues según buena parte de este monólogo, es tener hijos. Y si no quieres tenerlos, porque no quieres soportar ciertas cosas, no estás dispuesto a renunciar a otras, pues diagnóstico infalible: eres inmaduro (sí, en el s. XXI). Y, de paso, el aviso de las consecuencias de no atender a este destino inmutable: La CARA B, más dramática. Sin apelar al sentimentalismo, no haremos spoiler, y de forma inteligente, te advierte que tu inmadurez no pasará inadvertida y el karma te pondrá en tu sitio. ¿No quisiste tener hilos para librarte de ciertas cosas? Pues no te escaparás, y en peores circunstancias. Y sí, hay un punto final de reflexión y aceptación que este sí vale la pena, de agradecer y amar a los padres pero la moralina del camino, ay, incluso me molestó.
Lo mejor: el diseño escenográfico, una habitación que va perdiendo el aire del adolescente que vive y se transforma en nítida, sin recuerdos que tal vez ya no lo son ni eran lo importante de allí donde vivíamos.
Termino como empecé, cuando sólo a mí no me convenció, cosas mías.