El amor es el motor del mundo, es el sentimiento y la emoción que más puede empujar a alguien a hacer los actos más bondadosos y los más siniestros. En nombre del amor se pueden hacer cosas increíbles, pero también puede ser la excusa para hacer barbaridades.
Tinker es un falso doctor que aprovecha su posición en una institución sanitaria para castigar todos los actos de amor que realizan las personas ingresadas en el centro. Con violencia y sin ningún remordimiento actúa movido por su propio autoodio y mutila todo aquello que puede formar parte del enamoramiento.
Un texto intenso y lleno de impactos emocionales es la columna vertebral de esta obra. Sarah Kane destripa los sentimientos más extremos entorno al amor, la atracción y la sexualidad. Su relato es potente, pero al mismo tiempo es caótico y sin un hilo conductor claro que ayude al público para transitar por la narración. Es esta dificultad de entendimiento la que deja en parte a la espectadora ajena a la historia que se está explicando en el escenario.
La escenografía y el montaje conforman un todo especial para la entrega de cada actor y actriz. Cada intervención es desgarradora y experimenta con los límites sensoriales y emocionales. Una exposición continua a estos extremos provoca que, al final, el público quede un poco saturado y se convierta, en parte, en insensible a los estímulos que se le están ofreciendo.
La narración es intensa y sin la pasión absoluta de los intérpretes se quedaría en la nada. El compromiso de cada uno/a en dejarse la piel en su papel traspasa hasta el patio de butacas e implica al público en cada confesión y deseo que comparte.
Se trata de una experiencia que se vive desde que se entra al teatro y que deja poso en la mente hasta días después, intentando descifrar los matices que se van descubriendo con el paso del tiempo.