Ernesto Caballero versiona y dirige uno de los clásicos de Molière que mejor mantiene la vigencia en nuestros días. Tartufo, el falso devoto, el impostor que de forma calculada manipula a todos para conseguir todo lo que desea.
En esta adaptación asistimos a la representación por parte de los actores de la comedia quienes filosofan y comentan sobre la obra e introducen desde el primer momento la mezcla de ficción y realidad en el escenario para poder llegar a la idea de fuerza de partida del texto de Molière: la mentira. El texto es ágil y dinámico con una combinación muy acertada del verso con la prosa. Este es uno de los aciertos de esta apuesta escénica: introducir el contrapunto de actualidad a partir de la palabra puesta en boca de un personaje que asiste de forma externa, pero participa al mismo tiempo del suceso escénico. Esta es la criada. A través de ella no solo el lenguaje de hoy está presente y muy marcado además en una jerga concreta, sino que es el único personaje que pone frente al espejo a todos los demás. A nivel interpretativo el reparto está bastante equilibrado, pero destacan con brillantez Pepe Viyuela, Paco Deniz y Germán Torres, quienes acompañan y acentúan en todo momento a través de la expresión gestual, la palabra y la acción escénica. Especialmente Viyuela es un maestro de la gestualidad que desde el primer momento te seduce y a través de su Tartufo te sumerges con él en su viaje.
Tartufo es una obra que nos sigue interpelando porque se centra en los vicios humanos atemporales que siguen vertebrando el obrar de nuestra existencia. Tartufo somos todos, y seguramente por siempre, lo seguiremos siendo.