Es curioso que tengamos en la cartelera un espectáculo que habla de la importancia del silencio en escena (el de la Portillo en el TNC) y que por otro lado la Biblioteca de Cataluña nos ofrezca un ejemplo tan interesante con este texto de Dostoyevski. Orgullo habla de muchas cosas, pero hace del silencio un elemento técnico muy interesante que Andreu Benito utiliza con una perfección absoluta. De hecho, se trata de un texto inquietante e intimista, también conocido como Krótkaia, Una chica dócil o La sumisa. En él, un hombre mayor (prestamista de profesión) explica la relación que tuvo con una chica joven que empezó pidiendo sus servicios y que acabó convirtiéndose en su mujer. La incomprensión, los reproches… y sobre todo el orgullo acaban por malograr un matrimonio que ya nació condenado.
Orgullo nos habla principalmente de las dificultades de comunicación entre las personas, que en la Rusia del siglo XIX eran todavía mucho mayores. La diferencia de edad y de clase, aparte de las barreras insondables entre hombres y mujeres, eran el principal escollo para una relación de igual a igual en la que pudiera crecer la confianza y el amor. Lo que más impacta es el reconocimiento de todo esto por parte un hombre que se muestra inteligente y culto, pero también incapaz de solucionar unos errores que, por otro lado, ya no tienen solución. Es el retrato de la impotencia, de la culpa y del arrepentimiento.
Andreu Benito sabe ponerse cómo nadie a la piel de este hombre contradictorio y difícil de defender. La suya es una interpretación matizada y sensible que no se puede esconder detrás de ningún artificio ni ninguna excusa escénica. Solo una butaca, un foco… y un público muy próximo. Quizás se hubiera podido hacer alguna concesión (a veces la inmovilidad puede resultar igual de artificiosa) pero la decisión de Oriol Broggi se debe quizás al hecho de dejar todo el peso a las palabras y a los silencios. Estos insondables silencios que Benito llena de un misterioso contenido.