Las fiestas navideñas no son precisamente fáciles. La ilusión que se puede sentir cuando se están acercando las fechas, disminuye a medida que los encuentros “obligatorios” con la familia, o ciertos miembros de esta, se van acumulando. Y es que cuando pasas tantas horas con ciertas personas, hay sentimientos y palabras que no se pueden parar.
El texto alocado y lleno de matices de Eduardo De Filippo sitúa al público en los días alrededor de Navidad, cuando una familia italiana se está preparando para la celebración. El padre está obsesionado en construir un pesebre nuevo cada año y que todo el mundo admire su trabajo. Mientras al resto de la familia no le podría importar menos, su mujer batalla con un cuñado que se ha acoplado a su casa, un hijo que no vale para nada que no sea robar y una hija que quiere dejar a su marido para irse con el hombre que realmente quiere. Y en medio de todo, un par de vecinos que les gusta estar al día de todo.
La adaptación de Oriol Broggi es todo aquello que se podría esperar de una comedia italiana: divertida, rápida, caótica y maravillosa. La puesta en escena es un cúmulo de objetos compilados y atestados en un único espacio, que va cambiando a través de cada uno de los tres actos de la obra. Todos estos elementos ayudan a crear el espacio idóneo para que el público se adentre en esta cada llena de gente y problemas. El diseño sonoro con la radio constante acaban de completar el puzle.
El reparto aborda el texto con una naturalidad fascinante, pero es Pep Cruz quien brilla a más no poder. Una capacidad innata de transformarse en el patriarca, con una habilidad lingüística magnífica para mostrar los cambios en su personaje a medida que la trama se va complicando. El tartamudeo, la dificultad en decir según qué palabras -y que tanto divierte a la audiencia- parece que sean una característica más del intérprete. Su trabajo deja con la boca abierta al público y ovacionándolo infinitamente. Marissa Josa es el otro gran atractivo de esta producción. Espectacular actriz que engancha y atrapa a la espectadora con una facilidad envidiable.
Es una obra muy adecuada para las fechas de navidad, para hacer reír al público y afrontar con una sonrisa unas fiestas que saturan bastante. Pero la verdad es que, sea cuál sea la época del año, vivir un día en la casa de los Cupiello es una maravilla.
