Vida y geografía tienen aspectos en común: la imposibilidad de establecer un trazo uniforme o de una sola manera de hacerse comprensibles, la acumulación de rasgos distintivos que provoca una diversidad indecible que, a menudo, las hace incomprensibles, inescrutables, inalcanzables… En la vida, además, podemos añadir la incertidumbre de diversas dimensiones. Entre otras, la temporal, en la que el presente se define por los restos que permanecen del pasado y sus consecuencias, o la emocional, motor de caos y, al mismo tiempo, generadora de deseos que nos proyectan en el futuro.
Pol Guasch, en su creación literaria (premio Libros Anagrama de Novela 2021), pone en juego en forma de alegoría los dos conceptos y los combina para hablar del vínculo, los orígenes, el desarraigo, la fuga, la vida, el sometimiento, la opresión, el menosprecio de la lengua, las condiciones de vida o la militarización. Plantea la posibilidad de la liberación y, al mismo tiempo, presenta la duda del cómo y del dónde. La rabia y la necesidad de cambio hacen encender el corazón pero, como el napalm, pueden reducirlo todo a cenizas.
La dirección artística de Guillem Sánchez da forma a la historia de una forma brillante, manteniendo la esencia del relato y sus misterios y, lo que es más loable, respeta y libera la poesía que se esconde tras la prosa del autor a través de la estructuración del montaje y de la escenografía dinámica. Los personajes, en ocasiones narradores, construyen poco a poco la playa que se convertirá en su destino final, y lo hacen a partir de la destrucción de su hogar primigenia, el abandono de la fábrica que daba sentido a la comunidad y de la letargo de una ciudad a punto de morir. La metáfora puede acercarnos, de alguna forma, a Pedrolo y su Mecanoscrito de segundo origen y, al mismo tiempo, a la forma de Canto yo y la montaña baila de Irene Solà. La iluminación y el uso del espacio y los elementos acompañan al espectador en un recorrido creciente a nivel emocional. La creación cautiva, por la ambientación y por la fantástica interpretación de actores y actrices. Ellas (Roser batalla y Montse Morillo) destacan especialmente por su capacidad de transmisión de la esencia del texto. Marc Domigo ejecuta con traza y eficacia su rol narrativo, aunque vestuario, cigarrillos y mutis en escena parecen demasiado gratuitos. Joel Cojal aporta sensibilidad y hace crecer, con su pausa y dicción, a menudo exagerada por débil y afectada, el espíritu onírico de la pieza.
Napalm en el corazón reúne fortalezas (texto, dirección, interpretación y puesta en escena) que le convierten en un espectáculo altamente recomendable por inteligente, poético y, ciertamente, incómodo y complejo.