El mundo está lleno de historias reales que han conformado el presente. Pero la sociedad tiene un problema i es que solo tiene memoria a corto plazo y olvida, o deja que se olviden, pasajes de la crónica reciente con mucha rapidez y, de esta manera, es cuando los errores y las bestialidades se vuelven a producir. Aquí radica la importancia de luchar para que la memoria histórica sea presente siempre, en todas partes. Recordar es aprender y evitar repetir barbaridades.
Con Massilia la compañía La Jarra Azul cierra la trilogía que empezó con Los niños de Morelia y Winnipeg, el vaixell de Neruda dedicada a los barcos que, acabada la guerra civil española, habían transportado a América a miles de exiliados forzados por el régimen fascista. Con un montaje original, que juega con los saltos temporales de la acción para mantener la atención del público, el texto explica como el barco Massilia partió de Francia con exiliados que huían del franquismo y también de los nazis. Se centra especialmente con lo intelectuales españoles que escaparon de una muerte más que segura después de la guerra civil, y se la jugaron subiendo a una nave marítima sin ninguna seguridad de llegar a buen puerto.
Una historia de las tantas importantes de recordar para mantener la memoria historia, que se hace amena y entretenida con una dirección de Nelson Valente que apuesta por una puesta en escena en que los y las intérpretes interactúan constantemente con el público. Con la voluntad de ser los y las narradoras de historia, los personajes se van sucediendo por el reparto. De esta manera, el relato coge más énfasis e intenta crear una conexión más directa con la espectadora, poniendo voz y vida a las escenas que va narrando.
El text de Albert Boronat y Maria Donoso es interesante y tiene un objetivo claro que se puede ver desde el primer momento, y que consiste en mostrar una realidad obviada. Pero quizás le falta la incursión en algún elemento que provoque una reacción más sorpresiva, que haga que el público encuentre un hecho diferencial y se deje llevar por la historia. La falta de ese punto atrayente y no tan habitual hace que no se acabe de conectar con la obra. Es el relato de unos hechos, con algunos momentos emotivos, pero que pasa por encima algunos elementos en los que quizás se debería detener más, como, por ejemplo, las vivencias o experiencias de los y las exiliadas a los que se nombra. Todo se ve a través de los ojos de un periodista argentino que viaja con ellos e hizo la crónica, y está muy bien como punto de partida, pero deja una distancia fría de la espectadora con las personas que hicieron un salto de fe enrolándose en el barco.
El reparto cuenta con Laura Marı́a González, Lluís Marquès, Júlia Molins y Martı́ Salvat que transmiten una química genuina en el escenario y consiguen interpelar a cada persona del público con su entrega a la producción y su objetivo. Su compromiso se hace evidente y se traslada de manera inequívoca al patio de butacas.
Una producción interesante en la premisa y la forma, pero que no acaba de conseguir del todo su objetivo de impactar de manera perenne en la memoria del público.