Esta es una obra que pasa casi a tiempo real, que es narrada en primera persona por el protagonista y que describe una fiesta en la Sala Apolo durante la noche del Sarao Drag de Futuroa. Todo empieza en el metro, para pasar después al Paralelo, a la sala antes citada –escenario principal de la acción- y también a una especie de tablao flamenco reconvertido en bar musical. Escenarios que el público reconoce, que sabe donde colocar dentro de su imaginario y que contextualizan enseguida la historia de los cuatro amigos: Guillem, protagonista de la noche; Albert, su pareja; Gorka, que se presenta a concurso con sus mejores galas; y Víctor, que disfruta de la noche como el que más.
Guillem se nos presenta enseguida como un personaje que no quiere estar allá donde le toca estar en aquel momento. Todo empeorará, además, a partir de un pañuelo que le prestan para que forme parte de la comparsa de Gorka. Un pañuelo rojo de lentejuelas que le provocará una alergia que va más allá del tema físico. Cómo si fuera el traje que Medea le regala a la amante de su marido, este pequeño trozo de tela hace que el estado de ánimo del protagonista se vea afectado y no responda de su cuerpo, ni de lo que dice, ni tampoco de lo que hace. Una exagerada reacción que como espectadores tampoco sabemos del todo hacia donde lleva, qué acarrea detrás o que puede llegar a significar. Y es que si nos quedamos solo con un problema de adaptación o de desubicación quizás la cosa se queda demasiado corta…
La puesta en escena es simple, pero efectiva, con un cuidadoso trabajo de iluminación de Adrià Pinar. También tienen mucho que decir los cuatro actores, de los que quizás destaca un muy acertado Carlos González, como Gorka, y Daniel Mallorquín, que se pone en la piel del protagonista. Difícil papel, sobre todo por la poca empatía que despiertan siempre los aguafiestas, que en catalán serían aixafaguitarres o esgarriacries. Y utilito sólo dos palabras de un registro del catalán que no escucharéis en el TNC… Eso os lo puedo asegurar.