Lo admito, soy el hereje a quien el teatro argentino le supera. El griterío, el pisarse el uno al otro, insultos, el griterío, la exageración, la verborrea, el griterío… me saturan.
Quizá por eso he disfrutado tanto con esta adaptación con un tono más pausado pero que nos permite disfrutar de toda la esencia, ironía y profundidad del texto de Claudio Tolcachir que, casi, no suena a traducción sino a obra surgida de nuestra realidad.
El texto consigue aquello tan difícil como perseguido de contener humor, y mucho, sin desvirtuar ni un ápice la dureza o tristeza que sobrevuela esta familia. Ahora bien, sin un reparto en estado de gracia y al servicio del conjunto, difícilmente funcionaría.
Una familia estrambótica en precario equilibrio no sólo para llegar a fin de mes sino para no quedar fuera de la sociedad de la que forman parte a su peculiar manera.
En medio de la familia, la abuela (Cesca Piñón) a quien nada hace perder la clama, cómplice de todos y quien consigue que la bomba a presión no estalle. Con ella, su hija, una estupenda (y van …) Roser Batalla, que no ha terminado de madurar, madre de hijos de diferentes padres: el hijo medio delincuente; su hermana gemela, gran Vanessa Segura, separada del hogar de pequeña y por ello con vida estable al menos económicamente y avergonzada de la familia; la hija pequeña, Bruna Cusí de nuevo fantástica, que en su pequeño cuerpo soporta mucha, demasiada, carga de todos (querrías subir, abrazarla y sacarla de allí); y EL personaje, el otro hijo, impresionante Sergi Torrecilla, donde ciertos problemas de salud mental son más evidentes, pero, oh, sorpresa, es quien siempre la clava en sus reflexiones. Estos personajes, especialmente el de Batalla y Torrecilla, eran candidatos a interpretaciones llenas de tópicos, convertirlos en estrambóticos y objetivo de las risas del público; pues en absoluto, muy contenidos y reales.
En fin, una familia que se pelean, se chantajean, egoístas… que sobrevive, al fin y al cabo. Y ríos y sonríes con ellos y a ratos piensas que qué caraduras y a ratos mueres de vergüenza ajena. Y piensas que, antes de juzgar, deberíamos ser conscientes de cuán difícil es sobrevivir cuando las cartas que te han tocado no eran las marcadas.
La frase: Una familia normal, como todas, con sus cositas …