La idea que el arte nace del dolor y la necesidad humana de expresarlo viene de muy lejos en nuestra cultura. Sólo hay que pensar en Kafka, Artaud o Sarah Kane (para poner algunos ejemplos bastante contemporáneos) para darnos cuenta que el sufrimiento puede ser la semilla de verdaderas obras maestras. En esta línea está planteada Llibert: una maravillosa pieza tan triste y bella como la vida misma. Pocas veces se tiene la oportunidad de asistir a un espectáculo tan valiente de pies a cabeza, tan puro en su concepción y tan emocionalmente desnudo. Escrito y dirigido desde las entrañas, Gemma Brió y Norbert Martínez han tenido la generosidad y el coraje de compartir la trágica experiencia de tener que perder un hijo de quince días de vida aceptando, además, que lo mejor que le puede pasar sea morirse. La obra es una montaña rusa de sensaciones totalmente única: incluye humor, ternura, confusión, miedo, angustia, rabia, música y resignación pero, sobre todo, una historia genuinamente llena de amor; y es esto lo que la hace excepcional y liberadora. De otro modo, no hubiera sido soportable ni el resultado sería tan aplastantemente real. Con la imprescindible colaboración de Tàtels Pérez y Mürfila en escena acompañando Brió, lo mejor del conjunto, en definitiva, es el efecto sanador y catártico que consiguen entre las tres. Muchas obras que nacen del dolor se quedan, desgraciadamente, dentro de la expresión del dolor mismo, sin poder salir de él ni trascender en una esperanza. Llibert, en cambio,vuela tan lejos como su bebé protagonista. Llena de ganas de vivir, su inteligencia emocional hace de la experiencia una bofetada necesaria y una lección que nos hará inevitablemente mejores personas después de su visionado.
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