Quién se acerque a ver Little Women en el Lliure de Gràcia tendría que saber que se encontrará con una versión libérrima, incluso muy abstracta, de la obra de Louisa May Alcott. Quién espere encontrar una ambientación y unos trajes de época, así como una réplica del estilo decimonónico, seguro que se lleva un gran susto y una sorpresa mayúscula. Para empezar, las cuatro hermanas están cerradas aquí en unas cabinas de vidrio, bastante parecidas a los Peep Shows o a los escaparates del Barrio Rojo de Ámsterdam. Y es que aquí tenemos una lectura muy sexualizada de los personajes, como si se quisiera analizar la parte oscura de todo y las presiones sociales, machistas y clasistas que se esconden detrás.
Está claro que los personajes de May Alcott y también los de Jane Austen eran casi siempre mujeres de clase media o media-alta que buscaban en el matrimonio la solución para su vida social y económica. La presión ejercida era muy grande puesto que en ocasiones de aquella unión dependía el futuro de toda la familia, y evidentemente la posible ascensión social de las hermanas menores. En Little Women la idea de este sometimiento y la de una incipiente rebeldía feminista lo impregnan todo de arriba abajo, dejando la historia de las hermanas March en tres o cuatro situaciones reconocibles y un montón de pequeños monólogos inconexos que buscan más crear sensaciones que explicar nada en concreto. Habrá quién lo encontrará un sacrilegio o una falta de respeto a la novela, pero creo que aquí se buscaba otra cosa… y aunque sea con decisiones drásticas y poco populares creo que se consigue.
A pesar de que hay quién discutirá la utilización de parlamentos en inglés o francés (sin subtítulos) y la hipersexualización de todo, no se puede negar que el montaje presenta unas formas y una estética que solo podemos calificar de hipnóticas. La música de Pol Batlle y la magnífica iluminación de Cube.bz dan el marco ideal, a pesar de que no hay que olvidar el vestuario, la caracterización y sobre todo el gran trabajo de gestualidad y movimiento. La dirección de Lucía del Greco lo une todo de forma magistral, con la complicidad de unos intérpretes que se dejan la piel. En definitiva, un montaje que no es para todos los públicos pero que consigue la excelencia dentro de su ámbito y sus particulares intenciones.