Si no me falla la memoria, la última vez que vimos Madre Coraje en nuestros escenarios fue el 2021 en el Romea, con la versión de la compañía Atalaya. Pero por cuestiones que se me escapan es una de esas obras que cuesta de ver, a pesar de que regala a la actriz principal un roll inolvidable y de gran valor. Rosa María Sardà, a las órdenes de Lluís Pasqual (1986), o Vicky Peña, dirigida por Mario Gas (2001), son nuestros ejemplos más próximos, a pesar de que no hay que decir que a lo largo de la historia la lista de actrices que la han representado es estremecedora: Simone Signoret, Hanna Schygulla, Glenda Jackson, Judi Dench, Liv Ullmann, Maddalena Crisppa, Meryl Streep, etc.
Brecht escribe esta obra profundamente antibelicista a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial, y cuando se estrena (en Zúrich, en el 1941) adquiere un tono todavía más funesto y trágicamente oportuno. Madre Coraje habla de los que se aprovechan de las guerras y hacen negocio, a pesar de que también plantea de fondo la inutilidad y la salvajada que suponen. El texto es una de las nueve piezas teatrales que Brecht produjo como respuesta a la ascensión del fascismo y el nazismo.
La directora belga Lisaboa Houbrechts ha querido desnudar la obra de artificios y se limita a una escenografía simbólica para mostrarnos la fragilidad de la guerra (el suelo del escenario está cubierto de agua) y la feminidad (una gran esfera simboliza el vientre materno, pero también el carro que la protagonista tiene que empujar irremisiblemente para sobrevivir). Del texto no ha podido tocar prácticamente nada, puesto que las obras de Brecht no están libres de derechos. Aun así, ha querido dotar a la protagonista de una humanidad que tarda en aflorar, o que simplemente no se nota así de entrada. Y es que cuesta empatizar con Anna Fierling –también conocida como Madre Coraje- cuando vemos que vive de la muerte y del sufrimiento de los demás o cuando escuchamos que grita horrorizada: “Ha estallado la paz”.
El montaje es visualmente atractivo, pero acaba agotándose a lo largo de las dos horas de duración de la pieza. Y en cuanto a las interpretaciones creo que no siempre están en la misma sintonía, quizás también por el hecho de mezclar actores profesionales con actores no profesionales. En definitiva, un espectáculo arriesgado y necesario en estos momentos… pero duro de ver, sobre todo porque se dan muy pocas concesiones al espectador.