Cuando uno es consciente que este Othello se ha reducido a sólo tres personajes, quizás puede pensar que está ante una propuesta rompedora y excesivamente original. El resultado, sin embargo, es más clásico y respetuoso de lo que se podría imaginar, sobre todo por la modélica adaptación de Oriol Tarrasón. Y es que no sólo se conserva la esencia del texto de Shakespeare, sino que toman más fuerza y contundencia los temas claves de la obra. Los celos, la envidia, el ansia de poder o los maltratos afloran en los diálogos -a dos y a tres- que se mantienen durante los noventa minutos del espectáculo. Es cierto que se introducen elementos supuestamente modernos o gratuitos -el atril con micro, los patines, las proyecciones- y otros de expresamente simbólicos -el vestuario, por ejemplo-, pero no es nada que no hayamos visto muchas y muchas veces. Al final, pues, queda el texto… y quedan las interpretaciones, también respetuosas con el lenguaje shakespiriano y con cierta tradición actoral. Òscar Intente crea un Othello enérgico, pero dúctil y moldeable; Aida Oset es una Desdèmona menos inocente y más moderna, mientras que el Iago de Arnau Puig (nominado a los premios Butaca) es un catálogo de todos los vicios, virtudes y defectos del hombre moderno, especialmente emprendedor, ambicioso y arribista.
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