Hacer del deseo y la pasión el motor de vida es una decisión arriesgada cuando el orgullo y la venganza tienen un peso igual de importante. Edificar el poder en decisiones emocionales comporta muchas veces perder el objetivo de vista y perderse en la vorágine.
Basada en la obra más que conocida de Pierre Choderlos de Laclos, llevada a la pantalla un par de veces con una repercusión entre el público notoria (Las amistades peligrosas, 1988 y Crueles intenciones, 1999), Carol López se adentra en una nueva visión del texto. Por poner en contexto, la Marquesa de Merteuil le pide a su amigo (y en otro tiempo amante) Valmont, que le ayuda a vengarse de un examante seduciendo a la que será su esposa, Cécile. Por su parte, por eso, Valmont está obsesionado por seducir y hacer caer a Tourvel, mujer casada y virtuosa. Como buena historia de enredos, estas tramas no serán fáciles ni tampoco acabarán como se espera.
Se trata de un montaje muy interesante, especialmente en la parte escénica donde el vestuario y el uso del escenario se llevan gran parte del interés. La elección de cada pieza de ropa para cada personaje denota las diferencias que hay entre unos y otros, muestran su confianza y libertad ante los temas tratados en el texto y van evolucionando en aquellos personajes que hacen un gran salto desde la primera aparición hasta la última.
Mònica López está espléndida y da vida a una auténtica marquesa de Merteuil. Su orgullo e inteligencia marcan el camino a un reparto femenino que destaca especialmente. Con una facilidad desbordante, López consigue transmitir la determinación de su personaje en cada gesto y palabra, eclipsando y dejando al público enganchado cada vez que interviene. Elena Tarrats se convierte en una Cécile precisa, que evoluciona con naturalidad de la niña que desconoce al mundo hacia una joven completamente segura de si misma. Mima Riera va ofreciendo trozos de Tourvel poco a poco, sin hacer ruido. Como ella, la honestidad es su máxima a la hora de interpretar su papel, mostrando una vez más que puede sobreponerse a cualquier encima del escenario.
La parte interpretativa masculina es la más floja, hecho que en la parte de Danceny, intepretado por Tom Sturgess, queda más diluida en la narración, pero con Gonzalo Cunill y su personaje se expone en cada intervención. Cunill no consigue transmitir la intensidad, atracción y seducción de Valmont y, eso, rompe completamente la dinámica y el ambiente que tendría que planear por el escenario durante toda la función. Que falte esta pieza clave de la historia, que no quede bien reflejada esta aura hipnotizante, provoca que se pierda el elemento fundamental de este texto.
Un marco excelente para una obra que, aunque lejana en el tiempo y quizás en las maneras, podría haber tenido su revulsivo si no hubiera olvidado su objetivo principal: seducir al público.