¿Puede alguien inventarse una vida de arriba abajo? ¿Es posible vivir de mentiras durante años? ¿Y convivir con dos familias a la vez? Un guionista tendría problemas para hacer de esto una historia verosímil y sin ningún agujero argumental, pero en 1993 el ciudadano francés Jean Claude Roman fue detenido por haber hecho todo esto… y un montón de barbaridades que fueron derivándose de su farsa. El escritor Emmanuel Carrère se obsesionó con el tema y realizó una novela basada en las conversaciones que tuvo con el protagonista, uno de esos libros documentales basados en crímenes de verdad… al estilo de la popular A sangre fría, de Truman Capote. Un poco después también se rodó una película francesa sobre el tema, y también una de española titulada La vida de nadie. Muchas versiones de una historia que atrae y repele a partes iguales, que cautiva y que también genera malestar.
El montaje que ha ideado Julio Manrique, junto con Marc Artigau y Cristina Genebat, adapta el libro de Carrere y reduce la historia a un narrador (el propio autor) y al criminal confeso. El autor hace todos los otros personajes de la historia, desdoblándose en el momento de los interrogatorios, del juicio o en las escenas domésticas en las que se fueron generando todas las mentiras y todas las estafas. Una decisión arriesgada, pero también hipnótica y claustrofóbica, sobre todo si atendemos al montaje realista, y a la vez poético, de Alejandro Andújar. Un cuarto de estar cerrado, de dimensiones bastante reales, que se refuerza con una pantalla superior donde iremos viendo los primeros planes de los personajes… captados por un montón de cámaras ocultas en el escenario. Un montaje de espíritu totalmente cinematográfico, cargado de tristeza y oscuridad anímica.
A pesar del envoltorio perfecto que se ha servido y a pesar de la potencia de una historia tan perturbadora, el montaje resulta a ratos un poco frío. Quizás el libro –un estudio minucioso de los hechos visto desde los ojos que podrían ser los de un entomólogo o los de un taxidermista- tiene parte de culpa, a pesar de que creo que hay algo en la adaptación que aleja los hechos del espectador. Se le explica todo, se le enseña todo, pero se le deja fuera… y ya se sabe que cuando uno observa unos hechos tan graves sin poder implicarse no acaba sintiéndose muy cómodo. Seguramente es lo que se pretendía, pero yo creo que muchos hubieran preferido odiar al asesino en lugar de comprenderlo… si es que se puede llegar a comprender algo de todo ello.
El trabajo de los dos actores es realmente impecable. Pere Arquillué nos muestra de nuevo un catálogo de matices que ya le conocemos, sobre todo si se ha visto antes el monólogo El cos més bonic que s’haurà trobat mai en aquest lloc. Una filigrana de interpretación que, a pesar de todo, quizás no sorprende tanto como ese monstruo silencioso y educado que interpreta Carles Martínez. Una interpretación realmente cautivadora que merece todos los aplausos y todos los premios.