Shakespeare escribió The tempest casi al final de su carrera de creación teatral. Hay quien dice que para despedirse del teatro hace esa fantasía, ese juego entre magia y realidad. Están presentes temas de fondo como la traición, la envidia, la ambición, el poder, el amor, la tensión e incluso la reconciliación. Pero también se introduce la ilusión de los poderes sobrenaturales. La magia, el misterio y lo que nos mueve sin verlo actúan sobre los personajes llamándolos, atrayéndolos, confundiéndolos.
Este efecto se consigue con la música delicada, exquisita, suave, profunda y efectista interpretada por Marc Serra con una variedad de guitarras y kora (arpa africana que aporta un sonido absolutamente mágico al espacio sonoro).
Próspero (interpretado por el gran Luis Soler) vive exiliado con su hija joven, inocente y tierna, Miranda (Clara de Ramón) en una isla desierta desde que el hermano de Próspero, Antonio, con la complicidad del rey de Nápoles le expulsó del ducado de Milán. Allí conviven también Ariel (Babou Cham), el espíritu del aire que sirve a Próspero fielmente porque le debe su liberación, y Caliban, habitante original de la isla e hijo de bruja y sobre el que Próspero ejerce una relación despótica que Shakespeare utiliza para hacer crítica del colonialismo. Caliban (Jacob Torres) es la representación del oprimido y su fantástica interpretación muestra los saberes ancestrales, la subyugación, la opresión, la rabia y la necesidad de venganza.
Los poderes de Próspero, ayudado por Ariel, hacen naufragar la barca en la que viajan el rey de Nápoles y su hijo Fernando, actual duque de Milán, Antonio, hermano de Próspero, Gonzalo, el fiel sirviente junto a otros miembros de la corte.
El tema central de la obra es el perdón. Casi al final de la obra Ariel le dice a Próspero, cuando tiene a todos sus enemigos encerrados, “Yo me ablandaría si tuviera corazón” y Próspero continúa con un monólogo memorable en el que resume el perdón con “No carguemos con pesos de otros tiempos la memoria”.
Es una lástima que la magnífica traducción de los versos del bardo al catalán de la mano de Jaume Coll Mariné no puedan apreciarse en algunos momentos en toda su profundidad por la disposición alargada del escenario y por la distancia entre los actores y el público.
Broggi, después de sorprendernos nuevamente con el último Shakespeare, nos sigue maravillando con la utilización de los elementos escénicos naturales: la tierra, las piedras, los troncos. La recreación de una isla (con la ayuda del espacio sonoro y las proyecciones) es perfecta.
Cómo nos tiene acostumbrados este director, todo está pensado, milimetrado y calculado. Fascinante.