En los últimos años hemos visto como diferentes artistas y compañías se acercaban a Brossa, ya fuera inspirándose en su obra o bien cogiendo diferentes textos y juntándolos en un espectáculo. Hemos visto la visión de Roberto G. Alonso, la de Dei Furbi, y también la de Els Pirates, que ahora vuelven con una reposición bastante esperada. Y es que el grupo ha encontrado en los juegos escénicos del poeta una posibilidad de seguir explorando y explotando la parte lúdica que tantas alegrías les ha dado.
La setena porta coge diferentes referencias brossianas, y también diferentes textos o frases o máximas irrefutables, y lo mete todo en una oficina de un tiempo ya pasado… posiblemente los setenta. Y por la oficina pasan las secretarias, el conserje, las mujeres de la limpieza, unos hombres extraños (posiblemente poetas o escritores), unas mujeres bastante esnobs, unos cuántos miembros de la curia y algún despistado que pasaba por allí. Tenemos crítica y reflexión, pero sobre todo tenemos mucho humor. Un humor que empieza siendo gestual y que consigue hitos muy altos en toda la primera parte. Quizás no es lo que más recuerda a Brossa, pero se trata de una gestualidad clara y basada en una genial coreografía de repeticiones.
Tampoco podían faltar los stripteases, que aquí cumplen también una función reivindicativa. De hecho son dos momentos que, lejos del placer hedonista de otros montajes, aquí dejan incomodidad y generan cierta controversia. Y es que a medida que avanza todo se vuelve más confuso y complicado. Quizás el mensaje desesperanzado de la parte final no es lo más adecuado, pero igual sí el más coherente. Un espectáculo, pues, que cumple sus objetivos y que sabe cómo acercarse al imaginario del poeta sin traicionar en ningún momento el estilo inconfundible del grupo.