Engañarse a uno mismo puede ser una manera de escapar de una realidad que no gusta o a la cual se siente atrapado o atrapada. Pero al final las mentiras, incluso las que creamos para sobrevivir, acaban exponiéndose y ser capaz de gestionar las consecuencias no siempre sale como se esperaba.
Martin McDonagh (con la traducción de Martí Sales) sitúa a la espectadora en una habitación de motel de un pueblo del interior de los Estados Unidos. Dentro hay un hombre, Cramichael, sin mano y con pinta de mafioso o asesino, no queda claro. Lo que sí sabemos enseguida es que tiene atrapados en la habitación a un chico y una chica que le habían prometido recuperar su mano extraviada a cambio de dinero, pero vez de eso, han intentado estafarlo. Parece ser que, aunque asegura que lleva 20 años buscando su apreciada extremidad, sabe más de lo que es capaz de afrontar. Y en medio de este enredo, está el encargado del motel (Mervyn) que, como el resto, tampoco es que tenga una historia muy “normal”.
Se trata de una historia curiosa, pero que no acaba de enganchar mucho al público. Hay momentos cómicos que sorprenden, la mayoría procedentes de las intervenciones del personaje de Mervyn, que, incluso, parece que puedan elevar el texto, pero acaban siendo solo un pequeño pasaje de distracción. La verdad es que la trama es floja y el límite en que trabajan los personajes la hacen pesada también. Solo Mervyn, interpretado fantásticamente por Albert Prat, navega suavemente a través de su personaje, creando un atractivo para el público.
La escenografía es potente, el atrezo como la parte musical es interesante, pero el desarrollo de la trama no acompaña y aquello que parecía tener una premisa diferente y quizás interesante, acaba siendo una historia que no convence.
