Hay óperas que se han mantenido en el repertorio habitual de muchos teatros líricos por motivos diversos y curiosos. La Gioconda ha llegado hasta el público actual gracias a su famoso ballet del tercer acto (la Danza de las Horas), pero no hay que olvidar que tiene méritos suficientes para mantenerse entre las más representadas. Tiene un montón de arias notables (Suicidio! quizás sería la más conocida), presenta una amplia gamma de registros vocales para sus protagonistas y ofrece toda la ampulosidad y magnificencia de la ópera romántica de finales del siglo XIX. Su estilo está a medio camino entre el bel canto y el verismo que ya estaba a punto de llegar. Se trata del mismo estilo que hizo famoso a Verdi y que tantas buenas noticias aportó a la música italiana. De hecho, el libreto de esta ópera es de Arrigo Boito, uno de los colaboradores verdianos más habituales…
El Gran Teatro del Liceo recupera ahora esta coproducción del 2005 con dirección escénica de Pier Luigi Pizzi. Han cambiado algunos pequeños detalles de escenografía y sobre todo ha habido una revisión del vestuario, que ahora es mucho más vistoso y colorido. La producción opta por unos recursos escénicos grandilocuentes (canales y góndolas que pasean por la escena, puentes que van moviéndose de perspectiva según el acto) pero a la vez hay un minimalismo consciente que juega con la monocromía y la ausencia de atrezzo y ornamentaciones escenográficas. El resultado es efectivo, pero igual resulta un poco pobre en el cuarto e intimista acto final.
Los cantantes de esta versión han sido otro de los grandes aciertos, y también una de las grandes sorpresas. La soprano sueca IréneTheorin era el principal reclamo, pero en algunas funciones ha sido sustituida por la napolitana Anna Pirozzi, que ha convulsionado el Liceo con una interpretación que mereció más de diez minutos de aplausos. Esto ha hecho entrar en escena a un tercer relevo en las funciones populares, la española Saioa Hernández, que ha defendido el rol con mano maestra y segura. Destacar también a María José Montiel, muy aplaudida en el agradecido papel de La Cieca. Y por último, no olvidar la pareja de bailarines formada por Alessandro Riga y Letizia Giuliani, que en un determinado momento de la ópera acaparan toda la atención y hacen disfrutar al personal con una coreografía de alto riesgo.