La escritura tiene sus misterios; para acceder a ella hay que serle sumiso, doblegarse, estar a su servicio. Es así como, en plena escucha, durante noches de inspiración y obviamente de corrección y reescritura, el dramaturgo Albert Tola escribió Joven llama: la historia de la leyenda del monje que, tras ser condenado a muerte por lujuria, invoca al demonio para que le ayude a escribir el Códex Gigas – o la Biblia del demonio– en una sola noche y lograr así salvar la vida.
Joven llama es un texto poético, cargado de imágenes, en el que el autor moldea las palabras para que el espectador le acompañe, a él y al monje protagonista, en esta metamorfosis en el que el hombre prende en fuego. Y es que Joven llama es palabra ardiente, el descenso hasta los demonios y el pecado de cada cual. Del espectador también, claro está.
El texto es interpretado magistralmente por Rodrigo García Olza, miembro fundador de la compañía Nigredo junto a Albert Tola. El tándem lleva más de 10 años sobre los escenarios y la simbiosis entre ambos es una evidencia: el actor encarna la palabra con la misma fuerza con la que la ha plasmado su autor. Al fin y al cabo, no hay definición más exacta de teatro: el que entiende la palabra y la carne como una misma cosa. Lo vimos en Niño Fósil y lo vemos, otra vez, en Joven Llama.
Un único deseo: que el resto de la tetralogía de la metamorfosis a los cuatro elementos no tarde en llegar.