El éxito de Ovelles no sólo volverá en breve a los escenarios sino que, de la mano de sus autores, Yago Alonso y Carmen Marfà, lo hace ahora de alguna manera, con temas comunes como los aspectos más «mundanos» ligados a la muerte más allá del duelo, en aquel caso las herencias envenenadas y ahora, los rituales y costes asociados a los funerales, entierro … Con humor cercano al absurdo, exagerado pero tierno y que te va llevando sin darte cuenta por situaciones cada vez más rocambolescas pero que te lo parecen sólo a veces. La comparación con Ovelles es inevitable, con la que yo me quedo, quizás porque las interpretaciones me parecieron más cohesionadas.
Un «pobre» hombre lucha contra todo el sistema para no perder la dignidad que le queda reflejada en este caso al decir adiós al padre. ¿Homenaje o acto de autoafirmación? ¿Hay peor fracaso que no poder enterrar a un padre?
Un tema dramático, más presente de lo que pensamos. ¿Cuánto cuesta morirse? O mejor dicho, ¿cuánto cuesta despedir un muerto? Además del drama, el descalabro económico que puede suponer cuando a duras penas llegas a fin de mes. Es un drama verdadero que podría ser digno de una película neorrealista italiana en blanco y negro, pero aquí, por suerte, se encara con humor, negro, pero humor al fin y al cabo. Denuncia, ciertamente, pero también recordatorio de que cuando hay una pérdida, lo importante no es la ceremonia, que nos hemos autoimpuesto, sino el recuerdo. Y sin llegar a las estrafalarias soluciones que busca esta familia, está en nuestras manos evitar confundir honrar con derrochar.
Lo mejor: la dignidad del perdedor que encarna Eduard Buch, que de forma sutil se va transformando en el padre ausente. Y Teresa Vallicrosa, divertida con aquel severidad que tan bien le sienta.